Fue Baudrillard quien escribió sobre la teoría de las
simulaciones, según la cual hay que relacionar las imágenes con símbolos, es
decir, atribuirles una historia ampliamente cultural, cuyo contenido nos
permite a lo mejor llegar al fondo de un discurso sobre el modo contemporáneo
de ver-mirar algo y analizarlo luego en cuanto a los sentimientos que
albergamos. Las obras de Guillermo Rubí, sin embargo, no tienen que ver
solamente con el modo de reconocer nuestros sentimientos a través de la mirada.
Hay que observar para que miremos y veamos una imagen a la vez, lo que
significa reconocer lo real y irreal, extremos de la misma situación en la que
estamos sometidos. La ruptura de la imagen completa es un hecho. Porque sin
vacíos o cuestiones en el aire una imagen no nos atrae más, en esta época de la
informática, dentro de la cual el ruido de las noticias exageradas es enorme y además
el mundo cambia a demasiada velocidad. Debido a la vida cotidiana y
contemporánea, los ojos no se detienen a mirar aunque no vean en verdad lo que
hay frente al espejo. Es que no hay espejos, cuestiones que piden respuestas,
sino un tiovivo de cosas de poca importancia que nos rodean. Entonces, hay que
ver otra vez, hay que dilatar la mirada hacia lo perdido, lo real en un sentido
figurativo, en el ambiente figurado. Contra los símbolos de superhéroes sino
utilizando chispas de su lenguaje como títulos apropiados de un aire en parte
provocativo, Rubí se acerca al mundo de las imágenes con ahínco, intentando a
dar un aspecto colectivo a su pensamiento solitario. Mientras enciende la luz
para que entremos en su espacio, igual que se tratase de una acción natural,
hay que apartar la mirada de las imágenes buenas-persuasivas y limitarse a un
modo de ver-mirar más perspicaz, donde la memoria asume un papel importante. De
hecho, se personaliza lo que hay detrás del símbolo y se renace a través de la
importancia que le damos. Los sentidos son los mejores guías en el ambiente
artístico puesto que sabemos como despertarnos de la vida cotidiana, es decir,
observar nosotros mismos bajo circunstancias distintas y por eso tan
interesantes para también editar nuestra propia historia.
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